Miraba a tus ojos, oscuros por la tenue luz de la habitación, oscuros por que son cobrizos, pero brillaban, brillaban con luz propia tras hacer el amor. Podía ver su brillo cuando giraba hacia ti mi cara, ese brillo que me excitaba, ese resplandor que encendía una llama en mi corazón y un impulso abrumador en mi pantalón. La luz de tus ojos me llevaba directamente a tu boca, para sentir la dulzura de tus besos, la humedad de tu lengua, la suavidad de tu piel, la erección de tus pezones, la concavidad de tu ombligo, la espesura ligera y rizada de tu pubis, la hendidura de tu vagina coronada por tu botón de placer y encontraba la oscura gruta donde mi miembro erecto disfrutaba y se vaciaba buscando un clímax que hacía brillar más tus almendrados y cobrizos ojos.